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Rolling Stones en La Plata: una promesa eléctrica

Después de una década, la banda tocó nuevamente en el país: épica, comentarios desafortunados y un swing imposible.

Como en las grandes épicas del rock & roll, la electricidad estaba en el aire. Durante buena parte del ingreso al Estadio Único de La Plata, el público eludió el centro desprotegido del campo y se amuchó frente al escenario, sobre las rampas o arracimado en las cabeceras para protegerse de la lluvia. Ese agujero en el medio de la cancha era una promesa. Sólo diez minutos antes de que se apagaran las luces, el agua remitió y el público peregrinó masivamente hacia el centro. Los Rolling Stones tenían la palabra. Y fueron al grano.

Después un viaje animado por todo el arte gráfico de su historia, Keith Richards lanzó el riff de "Start me up" y Jagger tomó el escenario. Entonces sobrevino "It's only rock & roll" y algo quedó nuevamente claro: si bien es una de las bandas más tributadas del planeta, los Stones no pueden ser imitados. Son un puñado de tipos unidos por un ideal imperfecto -pero absolutamente original- de la música. Es decir que no hay truco posible: hay magia.

Jagger ensayó algunos pasos nuevos, probó su español de fonética y no se privó de mostrar su extraño sentido del humor (un comentario silbado sobre La Plata y, aunque nadie parezca recordarlo, LA mención polémica: "Cambiemos"). Ron Wood y Keith Richards tramaron su célebre tapiz, Chuck Leavell sostuvo las armonías con mucha clase, Sasha Allen agenció su momento The Voice en "Gimme Shelter" y un afable Charlie Watts tocó como se tiene que tocar: para la música.

Para una banda con la obra de los Rolling Stones, cada canción de un recital es una bala de plata. Y si bien el setlist nunca escapa a la estructura de la gira (la banda no toma riesgos en vivo: esas cosas quedaron para los discos y pocas veces fueron conscientes), anoche gastaron un poco de pólvora en chimangos. Las dos canciones de Bridges to Babylon no estuvieron a la altura del evento y, durante la interpretación de "Can't be seen", Richards lució un poco más errático de lo habitual.

Paradoja. Precisamente esa inestabilidad de Keith Richards es el corazón de los Rolling Stones: la prueba grandiosa de su humanidad y el patrón de un swing imposible. No es casual que los highlights del concierto fueran los segmentos donde el guitarrista se siente a sus anchas: la zapada de "Midnight rambler", los tramos souleros y recostados sobre los vientos ("Tumblin' dice", "Brown sugar"), el no tan velado homenaje a Chuck Berry ("It's only rock & roll") y el arsenal de riffs monstruosos ("Start me up", "Jumpin' Jack Flash", "Street fighting man", "Honky Tonk women"), donde Keef parece cargarse sobre las espaldas la dinámica del grupo de rock & roll más grande del planeta. Escucharlo demorar cada nota, adelantarla o sencillamente omitirla, es un placer estético tan sutil que se nos escapa.  

El resto es historia.   



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