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The Black Crowes y esa sana costumbre de mantener vivo al rock

A casi treinta años de su última visita al país, los hermanos Robinson volvieron a subirse a escenarios porteños. Lo hicieron con instrumentos y equipos prestados porque todo su backline quedó varado en Brasil. Las plumas negras revolotearon y esto fue lo que nos dejaron.

A diferencia de la curva exponencial de enconos y venganzas que llevó a Rómulo y Remo a la extinción fratricida, Christopher Mark y Richard Spencer Robinson salieron a domar sus egos, pusieron en pausa diferencias familiares y se subieron a un proyecto que los tiene girando desde 2019 para rememorar los treinta años del lanzamiento de "Shake your money maker", álbum debut con el que alcanzaron la cúspide musical en 1990. The Black Crowes, la mítica banda que se hizo paso en medio de la efervescencia grunge, se presentó este jueves en la Argentina y saldó -en parte- la brecha de veintisiete años desde su primera visita al país.

Antes de sumergirse en el mundo de los Cuervos Negros es preciso regresar al año 1996. Carlos Saúl Menem acaba de ser reelecto con el 48 por ciento de los votos y el caldo expoliador se cocina a fuego lento. En esa pagoda virreinal, un dirigible británico se dirige a la ciudad de la furia para presentar su disco: "No Quarter: Jimmy Page and Robert Plant Unledded". Un ensamble egipcio rompe el hielo con una versión hipnótica de El Tholathya Al Moqadasa. Como el LZ 129 Hindenburg, el Club Ferrocarril Oeste se prende fuego: suenan los primeros acordes de “Immigrant Song”.

Los Led Zeppelin traen de invitados, además, a un grupo oriundo de Atlanta, los Estados Unidos. Antes de que violas, chelos, liras y arpas envuelvan al público en sonidos orientales, The Black Crowes abre la noche en el estadio de Caballito y despliega un set corto, de siete canciones, pero por demás intenso y contundente, que deja a quienes fueron por clásicos como “Black Dog”, “Rock and roll” o “The Song Remains The Same” con ganas de más. Un registro de Much Music alojado en Youtube repasa aquella visita de los Cuervos Negros en una entrevista concedida por un barbado y escuálido Chris Robinson, que se esfuerza por dejar en claro que llegaron para hacer lo suyo y están ahí más allá del sello de autor creado por los rockeros británicos.

Veintisiete años después, la Reina del Plata languidece en una ola de calor que parece no tener fin. Analistas vaticinan que será la peor producción de granos en lo que va de este siglo para la Argentina. Lejos de la preocupación por las consecuencias de la sequía, la expectativa se mantiene en un Luna Park a medio llenar, tal vez por ser jueves, aunque la concurrencia del último show de Def Leppard y Mötley Crüe, también entre semana, haya sido muy buena. “Are You Ready”, de los emblemáticos Grand Funk Railroad, avisa que los hermanos Robinson están por sellar una visita anhelada por casi tres décadas.  


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La presentación de The Black Crowes que prometía, desde su anuncio, dejar su marca en la bitácora de las visitas internacionales trastabilló con problemas de sonido desde el comienzo: la voz de su cantante imperceptible de a ratos, tapada por un elevado volumen de guitarras y teclado que generaron, por momentos, una bola de ruido. En un escenario como el Palacio de los Deportes que, quizás, no le cuadre de la mejor manera a propuestas musicales de este estilo, más propias de los teatros o lugares mejor acustizados.

Es que los hermanos Robinson llegaron a Buenos Aires, desde Sao Paulo, casi con lo puesto porque el avión que debía traer el arsenal de fierros musicales quedó varado en Brasil. Los problemas logísticos obligaron a la banda a conseguir en Buenos Aires lo necesario para el show: desde púas y cuerdas hasta los mismos instrumentos que usaron en el Luna.

Algo que el cantante Chris Robinson explicó casi al final del show, traducido por Nico Bereciartua, violero argentino y flamante incorporación del grupo norteamericano que lo dio todo -haciendo gala de su virtuosismo en la primera guitarra, en varios solos- con yeites rockeros y blueseros que supo cosechar tras su paso tanto por Viticus, la banda de su padre Vitico, como en la última formación de RIFF.  

Además de Nico Bereciartua, la banda de Atlanta bajó a Buenos Aires con Sven Pipien en el bajo, miembro sobreviviente de las primeras formaciones, que en la base rítmica se asoció al baterista Brian Griffin. Erik Deutsch hizo lo suyo con dosis de hammond en su teclado. Y, en los coros, Lesley Grant y Mackenzie Adams, cuyas voces no se lucieron por los inconvenientes del sonido mencionados.

Entre lo destacado, además de las buenas performances y entrega de la banda en general, un Chris Robinson activo y comunicativo desplegó su elegancia como conocedor de las habilidades de todo buen cantante en el arte de dominar el escenario, uno de los puntos fuertes, junto con la voz, del frontman norteamericano; su hermano Rick -de semblante implacablemente serio- marcó las bases de guitarra con riffs pulcros y oportunos slides.

Shake your money maker sonó completo respetando el orden de cada canción en el disco. Como viejos lobos de mar, los hermanos Robinson dieron una pelea sin cuartel en la cuna del boxeo vernáculo. Casi seis mil almas asistieron a una experiencia lisérgica (el mismo día que Enrique Symns decidió cerrar la puerta) para bañarse en las serpenteantes músicas de un Río Mississippi místico, tribal. Y aunque el sonido no los ayudó, el rocanrol, que no piensa tirar la toalla, estuvo más vivo que nunca.

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