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"Ser artista es defender la propia monstruosidad"

La escritora Cecilia Pavón utiliza el humor, la levedad y una gran libertad de creación en su libro "Los sueños no tienen copyright" y así lo presenta.

<p>Cecilia Pavón y un libro distinto. </p>
Cecilia Pavón y un libro distinto. 

La traductora y escritora Cecilia Pavón se aventura en su libro "Los sueños no tienen copyright" con relatos que desde el humor, la levedad y la libertad creadora ponen en cuestión las formas de vincularse y percibir el mundo, con foco en la Ciudad de Buenos Aires donde habita desde hace 30 años (entre sensaciones extremas de fascinación y rechazo).

En un informe especial realizado por Claudia Lorenzón para la agencia Télam se describe que la visión de una ciudad que por momentos se vuelve una amenaza y otras una extraña ensoñación, la invención de nuevas formas de vincularse como preludio de la irrupción de las redes sociales y la presencia de mujeres que rehúyen de la mirada masculina integran estos cuentos, muchos de los cuales formaron parte de una primera publicación en 2010, cuando dio a conocer su primer libro de relatos y otros quedaron sin editar.

"En aquel momento dejé afuera textos que tenían un formato bastante difícil de clasificar como 'Mi Lugones' que es una apropiación de un fragmento de 'La guerra gaucha', al que le cambié algunos sustantivos por mi nombre. Fue uno de los primeros textos que publiqué a mediados de los noventa en la revista Nunca Nunca quisiera irme a casa, y hay otros relatos que aparecieron en la revista de Belleza y Felicidad (que creó junto a la artista Fernanda Laguna)", cuenta sobre esta obra publicada por Blatt y Ríos.

Figura de la poesía de los 90, artista visual, traductora del alemán, inglés y portugués, y autora de los libros de poesía "Un hotel con mi nombre", y de relatos "Pequeño recuento sobre mis faltas" y "Todos los cuadros que tiré", Pavón confiesa, en diálogo con Télam, que siempre va a ser turista en Buenos Aires, a donde llegó desde Mendoza hace 30 años.

PING PONG

- Télam: El libro tiene una mirada crítica hacia la ciudad de Buenos Aires pero también hay una extraña forma de atracción o seducción. ¿Cómo interviene en vos tu percepción de la ciudad para volcarla en la escritura?

- Cecilia Pavón: Como no nací en esta ciudad y crecí en una provincia, siento que siempre voy a ser turista en Buenos Aires o recién llegada, y siempre va a generar ideas para escribir esa fascinación y rechazo al mismo tiempo. No ser de acá me permite sentir que estoy de paso, que en algún momento me voy a ir, aunque ya hace treinta años que estoy aquí y ahora hace ya quince que vivo en el mismo departamento donde tengo un jardín que no podría dejar, pero sentir que en cualquier momento puedo irme de acá fue siempre mi relación con Buenos Aires.

- T: En "Once Sur" el relato empieza con una reflexión sobre el difícil vínculo de la dueña de una compañía discográfica con los músicos, que se va expandiendo con una crítica a la ciudad de Buenos Aires, al fútbol, y a una idea de copar los estadios con música relajante. ¿A raíz de qué situación surge este relato donde la Ciudad aparece en sus limitaciones respecto del espacio, la explosión urbanística, y donde a la vez hay una interpelación al lector?

- C.P: Cuando escribí "Discos Gato Gordo", iba siempre a bailar música electrónica y había descubierto un lado ritual y de trance que tenía ese tipo de música. Eran los años noventa en el auge de las raves y la música house. La euforia que sentía por ir a bailar música electrónica se parecía seguramente mucho a la que sentía un hincha de fútbol por ir a alentar a su equipo, pienso ahora, pero en ese momento mi oposición a la cultura futbolera tenía que ver con el feminismo y con sentir que era una hegemonía de la cultura masculina. Quizás ahora matizaría más mi crítica al fútbol pero toda mi infancia y juventud, sentí que la cultura del fútbol era un espacio prohibido para las mujeres donde se afianzaba el machismo.

- T: Hay un cuento sobre el barrio de Congreso. ¿En qué medida esa descripción tiene relación con tu mirada del barrio en que vivís?

- C.P: En esa época vivía a tres cuadras del Palacio del Congreso, cuya cúpula se veía de mi balcón desde donde podía ver también todas las marchas y toda la revuelta social que empezó en la calle en el 2001, creo que el espacio inmediato que me rodea siempre se mete en mis textos, de alguna forma siento que siempre escribo del aquí y el ahora.

- T: Las mujeres son protagonistas de varios de los relatos en los que inventan formas particulares de estimularse, o van a un convento de monjas donde tienen una experiencia de libertad -tipo isla de Lesbos- muy distinta de lo que se supone que sucede en esos lugares. ¿Pensás que las mujeres tienen una visión más liberal en su forma de encarar la realidad y/o la ficción?

- C.P: El cuento de las chicas que se van a un convento para soñar con un mundo sin hombres es el primer cuento que escribí en mi vida, y es de 1997. Lo escribí después de leer el manifiesto Scum de Valerie Solanas que me pareció extremo y genial. Hace poco di el Manifiesto Scum en mi taller y mucha gente de veinte años se horrorizó, muchas chicas me dijeron que les parecía genocida. Es un texto que dice que la única salida para el feminismo es matar a todos los hombres. No sé si Valerie Solanas estaba siendo literal o no, pero yo nunca pensé que iba a ser leído de forma literal. Sobre mi cuento, diría que es un homenaje a ese texto de los años sesenta que es donde se originaron muchas de las cosas que siguen dando vuelta en nuestras artes hasta el día de hoy...

- T: Los relatos se caracterizan por hechos o situaciones que sorprenden con escenas cargadas de humor u ocurrencias inesperadas. ¿Buscás deliberadamente que los cuentos tengan esos condimentos?

- C.P: En general intento que una situación o emoción vivida se transforme en un relato, todos mis relatos y poemas nacen de esa idea de cómo hacer para que la realidad se transforme en literatura. Quizás intento que todo se tiña de humor o de cierta levedad porque me parece que esa es también la forma de vivir y sobrevivir, riéndonos de nosotrxs mismxs y de todo lo que nos rodea. Por otro lado, tiendo a ser solemne y poder zafar de la solemnidad es lo que intento aunque no sé si lo logro.

- T: También surgen reflexiones que llaman la atención como el cuento en el que hablás de las mujeres gordas. Cambiás la discriminación por una forma de libertad, en eso de liberarse de la mirada de los varones, y por otra parte dejás o ponés al varón en un lugar de acoso e incomodidad.

- C.P: Creo que sufrí muchísimo por hacer dietas toda mi vida y ese cuento es un poco una reacción a todo ese peso cultural del mandato de ser flaca, algo que por suerte está cambiando, pero que fue central en la forma en que me miraba al espejo. Es una locura de verdad cuando podés mirarlo con distancia, el rol que juega para las mujeres el ideal de la delgadez. Ese cuento es sobre las mujeres revelándose desde el juego y la comunidad contra esos mandatos culturales.

- T: En ese cuento hablás también de ser freak, de la mirada del otro en ese ser raro. En qué medida eso te involucra a vos respecto de la mirada de los demás? En algún punto esa es la mirada que tienen para con los artistas?

- C.P: Siento que ser artista es defender la propia monstruosidad (traduciendo freak al español) pero en el sentido de que todxs somos artistxs, o podemos serlo, solo hace falta que encontremos nuestra propia maravillosa parte monstruo y hagamos algo con eso.

- T: Los vínculos poco convencionales, como el caso de la escritora Durazon Reverdeciente, te atraen particularmente. En ese sentido, qué posibilidades te permite la literatura en relación a la realidad?

- C.P: Creo que desde muy chica la realidad y la literatura estuvieron siempre unidas para mí. Pienso que de alguna forma esa es una alianza que se produce en la infancia cuando descubrís que un poema o una novela de repente alteran lo que estás viviendo y entonces esas dos instancias y no pueden separarse más.



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